Cuidar con sentido: ley de dependencia

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La realidad que incomoda: una ley sin recursos

Hace ya más de 18 años que se aprobó la ley de dependencia, con la promesa de convertirse en el cuarto pilar del Estado del Bienestar. Pero la realidad ha demostrado que sin financiación suficiente, las leyes no son más que declaraciones de buenas intenciones.

Desde entonces, más de 900.000 personas han fallecido esperando una prestación, y hoy hay cerca de 300.000 personas en lista de espera. Esta situación genera frustración, desesperanza y desigualdad. No se puede construir un modelo de atención digno cuando la administración no llega a tiempo, ni en recursos ni en soluciones.

Colaborar para llegar más lejos

En el encuentro “Los retos de los servicios públicos esenciales” se puso de relieve una verdad incómoda: la administración no puede sola. Para garantizar la atención que millones de personas necesitan en algún momento de sus vidas, es imprescindible fomentar una colaboración efectiva entre administraciones, empresas y tercer sector.

El sector de los cuidados es esencial, pero continúa siendo ignorado en los grandes debates políticos. Y sin embargo, su impacto en el bienestar social, la economía y el empleo es incuestionable. Se necesitan políticas valientes, sensibles y basadas en el diálogo para romper la inercia del abandono institucional.

Financiación justa para una ley necesaria

Uno de los principales problemas de la ley de dependencia y ayuda a domicilio es la financiación. Aunque se planteó como una competencia compartida entre el Estado y las comunidades autónomas, el reparto real es muy desigual. En algunos territorios, la administración central apenas aporta el 25 % del coste del sistema.

Sin los fondos necesarios, los instrumentos normativos se convierten en letra muerta. No basta con anunciar derechos; hay que garantizar que se puedan ejercer. El envejecimiento de la población no es una sorpresa: llevamos décadas sabiendo que este momento llegaría. ¿Cómo puede seguir sin respuesta firme?

Cuidar no es un gasto, es una inversión

Invertir en dependencia no solo mejora vidas, también tiene retornos económicos evidentes: por cada millón de euros invertido, se generan 40 empleos directos y un retorno fiscal cercano al 100 %. A eso hay que sumar el ahorro en prestaciones por desempleo y la dinamización de la economía local.

Hablamos de un círculo virtuoso que no solo cuida, sino que también fortalece el tejido social y laboral. Cada euro invertido en cuidados vuelve en forma de estabilidad, cohesión y empleo digno. Esta perspectiva debería estar en el centro de las políticas públicas.

Donde quieren estar: en su casa, con los suyos

Si hay algo que tienen claro las personas mayores, es esto: quieren envejecer en casa, rodeadas de sus recuerdos, de sus cosas y de sus seres queridos. Para que eso sea posible, es imprescindible reforzar la ayuda a domicilio, un servicio que va más allá de lo práctico.

Porque una auxiliar no solo ayuda con las tareas cotidianas: también acompaña, escucha, cuida desde lo emocional. En muchos casos, se convierte en el único contacto humano diario de personas que viven solas. Y eso tiene un valor incalculable.

Apostar por la ley de dependencia y ayuda a domicilio es defender el derecho a una vejez digna, segura y cercana. Y es también una forma de luchar contra la precariedad de quienes cuidan, muchas veces mujeres migrantes que encuentran en este sector una oportunidad de inclusión laboral.

Compromiso social: cuidar al que cuida

Algunas iniciativas desde el ámbito empresarial y social están demostrando que otro modelo es posible: líneas de atención psicoemocional para el personal cuidador, redes de apoyo entre profesionales, proyectos que dignifican y reconocen el trabajo invisible de miles de personas.

Cuidar a quien cuida no es un extra, es una necesidad. Porque sin bienestar laboral, no hay bienestar asistencial. Y porque el futuro del cuidado depende de cómo tratemos hoy a quienes lo hacen posible.

Lo que reclamamos desde Adiper

Desde Adiper, lo decimos alto y claro: necesitamos una ley de dependencia y ayuda a domicilio real, financiada y respetada. Una que no quede en papel mojado. Una que escuche a las personas mayores y a quienes trabajan con ellas. Una que entienda que el cuidado no puede esperar.

Porque cuidar no es un gasto: es una inversión en dignidad.

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