La fragilidad del olvido

LA FRAGILIDAD DEL OLVIDO

A veces el destino golpea violentamente a las personas y las transforma en desconocidos, en personajes distintos a las personas que una vez fueron.

En ocasiones, las personas más dulces y amables se transforman mostrando la parte más agria y violenta de sí mismas.

Otras veces, el refugio en quien te escudabas cuando necesitabas protección, se desmorona como una torre de naipes a penas tocarlo.

La persona que tiernamente te acariciaba la mejilla y te colocaba el pelo para demostrarte que estaba allí, contigo, se pierde en el infinito marcado por una mirada que nadie sabe a dónde va.

De repente, te das cuenta que ya nada es lo que era. La persona que para ti era tu referencia, tu guía; la persona a quien acudías si necesitabas unas palabras de aliento, o de ánimo; la que te hacía reír o te escuchaba todas las chorradas de “a diario” ya no te conoce.

¿Qué ha pasado? ¿Cómo llegamos a esto?

La enfermedad de Alzheimer sacude y zarandea fuertemente las vidas, no solo de quienes la manifiestan, sino de quienes la padecen, haciéndoles vulnerables ante un futuro que se presenta incierto. No por no saber qué nos espera ante esta enfermedad, sino la incertidumbre de no saber cómo vamos a afrontarla.

Como en un juego de videoconsola, las personas que conviven con esta enfermedad, van pasando varias fases, incrementando cada una de ellas el nivel de dificultad. Comienza por una fase sencilla sin apenas dificultad para superarla. Poco a poco el juego sube de nivel, dificultando así el día a día de una persona que pierde la capacidad de recordar y hacer cosas solo y envolviendo cada vez más a las personas que le cuidan. Superada una dificultad, llega otra aún mayor y así, de manera sucesiva, se repiten los obstáculos que han de superar juntos, cuidadores y enfermos, hasta llegar al final, el cual, al contrario que en un videojuegos, no es un podio con trofeos y medallas, sino un final fatal. Esta es la última de las pruebas, la más difícil, superar el vacío absoluto tras la lucha continua.

De una manera u otra, la enfermedad nos hace frágiles. Nos hace vulnerables ante un agente externo con el que nadie cuenta; a saber, una infección, una caída, un esguince o un accidente doméstico tal vez.

Sin embargo, ante los primeros signos de olvido, o ante la primera desorientación, notamos un temor y un escalofrío que recorre nuestro cuerpo de arriba a abajo varias veces; sentimos frío y calor casi de manera instantánea hasta recordar aquello que provocó este desbarajuste. Es como la madre que pierde por un momento al hijo pequeño y siente morir por un instante.

Sí, eso es lo que nos hace frágiles ante el Alzheimer. El no saber en qué momento va a venir la sacudida que nos haga morir poco a poco. Cuándo se va repetir. O cuándo va a apagar del todo nuestros recuerdos.

Nadie está a salvo ante la fragilidad del olvido.

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Éxito de la jornada Fragilidad en la vejez

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